El cristiano, mediante la fe y la caridad, sabe ver hijos de Dios en sus hermanos los hombres, que siempre merecen el mayor respeto y las mejores muestras de atención y consideración. Por eso, debemos estar atentos a las mil oportunidades que ofrece un día.
Todo el Evangelio es una continua muestra del respeto con que Jesús trataba a todos: sanos, enfermos, ricos, pobres, niños, mayores, mendigos, pecadores... Tiene el Señor un corazón grande, divino y humano; no se detiene en los defectos y deficiencias de estos hombres que se le acercan, o con los que Él muestra interés.
Todo el Evangelio es una continua muestra del respeto con que Jesús trataba a todos: sanos, enfermos, ricos, pobres, niños, mayores, mendigos, pecadores... Tiene el Señor un corazón grande, divino y humano; no se detiene en los defectos y deficiencias de estos hombres que se le acercan, o con los que Él muestra interés.
Es esencial que nosotros, sus discípulos, queramos imitarle, aunque a veces se nos haga difícil. Son muchas las virtudes que facilitan y hacen posible la convivencia. Cuesta muy poco ser agradecidos, y es mucho el bien que se hace. Si estamos pendientes de quienes están a nuestro alrededor, notaremos qué grande es el número de personas que nos prestan favores diversos. Ayudan mucho en la convivencia diaria la cordialidad. Esto será señal de que nos hemos esforzado en fomentan y hacer posible un sano trato .
En la convivencia diaria, la alegría, manifestada en la sonrisa oportuna o en un pequeño gesto amable, abre la puerta de muchas almas que estaban a punto de cerrarse al diálogo o a la comprensión. La alegría anima y ayuda al trato y a superar las numerosas contradicciones que a veces trae la vida.
Una persona que se dejara llevar habitualmente de la tristeza y del pesimismo, que no luchara por salir de ese estado enseguida, sería un lastre, un pequeño cáncer para los demás. La alegría enriquece a los otros, porque es expresión de una riqueza interior que no se improvisa, porque nace de la convicción profunda de ser y sentirnos hijos de Dios. Muchas personas han encontrado a Dios en la alegría y en la paz del cristiano.
La virtud de la convivencia es el respeto mutuo, que nos mueve a mirar a los demás como imágenes irrepetibles de Dios. En la relación personal con el Señor, el cristiano aprende a ver a su prójimo como hermano y le ayuda a mejorar sus imperfecciones. También la de aquellos que por alguna razón nos parecen menos amables, simpáticos, indeseables. El respeto es condición para contribuir a la mejora de los demás.
En la convivencia diaria, la alegría, manifestada en la sonrisa oportuna o en un pequeño gesto amable, abre la puerta de muchas almas que estaban a punto de cerrarse al diálogo o a la comprensión. La alegría anima y ayuda al trato y a superar las numerosas contradicciones que a veces trae la vida.
Una persona que se dejara llevar habitualmente de la tristeza y del pesimismo, que no luchara por salir de ese estado enseguida, sería un lastre, un pequeño cáncer para los demás. La alegría enriquece a los otros, porque es expresión de una riqueza interior que no se improvisa, porque nace de la convicción profunda de ser y sentirnos hijos de Dios. Muchas personas han encontrado a Dios en la alegría y en la paz del cristiano.
La virtud de la convivencia es el respeto mutuo, que nos mueve a mirar a los demás como imágenes irrepetibles de Dios. En la relación personal con el Señor, el cristiano aprende a ver a su prójimo como hermano y le ayuda a mejorar sus imperfecciones. También la de aquellos que por alguna razón nos parecen menos amables, simpáticos, indeseables. El respeto es condición para contribuir a la mejora de los demás.
El ejemplo de Jesús nos inclina a vivir amablemente abiertos hacia los demás; a comprenderlos, a mirarlos a los ojos y sentirlos seres humanos con virtudes y defectos. El ser capaces de sostener un sano trato y cortesía con los demás, nos otorga una mirada que alcanza las profundidades del corazón y la bondad que existe en todo ser humano. Una persona comprendida abre con facilidad su alma y se deja ayudar. Quien vive las virtudes, comprende con facilidad a las personas.
Muy cercana a la comprensión está la capacidad para disculpar con prontitud. Mal viviríamos nuestra vida cristiana si al menor roce se enfriase nuestra caridad y nos sintiéramos separados de las personas, de la familia, amigos, con quienes trabajamos, con nuestra fe.
Muy cercana a la comprensión está la capacidad para disculpar con prontitud. Mal viviríamos nuestra vida cristiana si al menor roce se enfriase nuestra caridad y nos sintiéramos separados de las personas, de la familia, amigos, con quienes trabajamos, con nuestra fe.
El cristiano debe hacer examen para ver cómo son sus reacciones ante las molestias que toda convivencia diaria suele llevar consigo y comparar sus propias acciones con el gesto de amor y de bondad que nos enseña nuestro Señor Jesucristo. C.B.S
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